La tierra tiene su forma particular de llamar, es un grito que no se escucha pero aviva la sangre, es un amor especial por la patria, aquella en la que no decides nacer, pero desde tu primer llanto ella abre sus brazos para recibirte, te da las oportunidades para crecer en ella, ser parte de su cultura; que te eduques en su lengua bajo el manto de su historia, escuchar su música en cada rincón sonar, caminar por sus arenas, nadar en su aguas, sentir su olor a guayaba, contemplar sus montañas, comer del fruto de sus árboles, cantar su himno con ganas mientras ves la bandera subir a lo alto del asta.
Estando frente al mar viajo por su inmensidad, siento tocar los orígenes, escucho el viento llegar, cargada de saudade el tiempo se detiene para contemplar aquel lugar donde comenzó las vidas que hicieron posible la mía. Allá donde el Atlántico recorre toda su costa, los navegantes partieron para hacer del mundo uno solo, las conquistas fueron el comienzo del esparcimiento de una cultura, que se repitieron en tiempos más recientes, la huida para no ser parte de la guerra o la escapatoria de una dictadura llevaron a hombres cruzar las aguas que separan Europa de América.
Estoy frente al mar cálido que más adelante se encuentran las frías profundidades del océano, allá a lo lejos está la tierra de verde esperanza y rojo pasión, donde se asoma esa gran patria de Luís de Camões, Vasco da Gama, Fernão de Magalhães y de José Saramago; letras y gestas se unen para cantar odas gloriosas, un pueblo humilde que ha crecido dejando huellas en todos los rincones del planeta, como el sabor de los pasteles de Belem que quedan por siempre en el paladar, así se graba en la tierra las manos trabajadoras del portugués, sembrando en el campo, acercando los mares, construyendo casas y edificios, haciendo del comercio un arte más que un oficio.
El viento trae los llamados de la gente de una tierra que no me vio nacer, campos floridos donde se sembraron las semillas que dieron vida a padres y madres de aquellos que me más adelante me darían la oportunidad de ver la luz del día y la oscuridad de la noche. Muy cerca donde el río y la mar se unen con aroma a Vinho do Porto se dieron historias de amor y lucha. Desde Braga llegó quien conquistaría una dulce mujer de Penafiel, Ermesinde el epicentro de lo que pronto sería las raíces de mi historia, desde allí, donde los pescadores pasan horas, llega un canto invitando regresar al lugar de donde nunca salí, saudade por quienes llevan parte de esta sangre, por los que esperan con copas en alto volver a brindar, nostalgia por quienes ya no puedes abrazar.
Fue de aquel barco que salió con destino distinto a lo esperado, llegando a las costas de Venezuela, no era lo deseado por aquel hombre que vino a trabajar y dar a sus hijos la libertad que no había en su país. Desde entonces se comienza a escribir las hojas de vida de quienes nacimos acá, aquella generación que creció aprendiendo sobre Simón Bolívar, Francisco de Miranda, Teresa Carreño y Rómulo Gallegos, cantando el Gloría al Bravo Pueblo y disfrutando de las temporadas de béisbol, aquí la hallaca reina sobre el bacalao, mientras que el dulce de lechosa hace lo mismo con el bolo rey.
En tiempos donde los vientos han cambiado, donde no se sabe realmente donde está la libertad, momentos en los cuales se cuestiona sobre el quedarse o el abandonar, el mar trae la saudade de aquellos que están allá, esa tierra que tiene mucho y poco que ver conmigo, el Vinho do Porto llama, pero aquí el Orinoco me invita a quedar, El Ávila sonríe timidamente, el Caribe llama a luchar, mi tricolor sigue allá arriba moviéndose con el viento mientras van cruzando el cielo las guacamayas, junto con las ocho garzas que de aquel río salieron a tomar el vuelo, recordando que este árbol creció aquí y sus frutos están orgullosos de ser parte de este norte de Sudamérica, donde se es feliz más allá de los pesares.
Hoy tengo en mi garganta aquel canto de Teresa Salgueiro: -“Quando avistei ao longe o mar, ali fiquei parada a olhar, sim, eu canto a vontade, canto o teu despertar, e abraçando a saudade canto o tempo a pasar. Quando avistei ao longe o mar, ali fiquei parada a olhar. Quando avistei ao longe o mar, sem querer deixei-me ali ficar. (Cuando vi a lo lejos el mar, allí quede parado para observar, sí, yo canto con voluntad, canto a tu despertar, y abrazando la nostalgia canto al tiempo pasar. Cuando vi a lo lejos el mar, allí quede parado para observar, cuando vi a lo lejos el mar, sin querer decidí allí quedar).”
Tomado de “Ao Longe o Mar”, una canción compuesta por Pedro Ayres Magalhães, guitarrista de Madredeus. Forma parte del álbum “O espírito da paz” grabado en 1994 por la agrupación portuguesa que toca una nueva forma de Fado Moderno: Madredeus.
Está magnifico o seu post.
Realmente, guarda um carinho especial por esta cidade!
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Obrigado por estas palavras. Porto é a cidade de origem, de raízes, do encontro com a essência! Uma honra que você visita este seu espaço, Soonatas !!!
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